Historia de la bola de cristal en el Tarot

Cuando uno piensa en la adivinación, le vienen a la mente algunos accesorios clásicos de la cultura pop: velas, cartas del tarot, accesorios de sastrería como un turbante, pero lo más relevante es la bola de cristal. Si no eres un experto en adivinación, quizá no sepas que lo que se hace con una bola de cristal se conoce como scrying, un mundo derivado de descry, que significa percibir. Aquí puedes obtener más información sobre la bola de cristal y su uso y en este artículo te explicaremos para qué sirve este objeto en el tarot. Esta práctica existe desde hace miles de años y aparece en las tradiciones místicas y religiosas de numerosas civilizaciones antiguas (quizá la más notable sea la de los druidas), al igual que la bola de cristal brillante que hemos llegado a asociar con ella.

Los druidas eran una clase de ciudadanos cultos y muy respetados que vivían en las Islas Británicas y Francia durante la Edad de Hierro; practicaban una amplia gama de disciplinas, como la poesía, la legislación, la medicina y los ritos religiosos. Aunque los druidas desaparecieron en gran medida con la expansión del cristianismo en los siglos siguientes, los testimonios de romanos notables como Julio César y Plinio el Viejo nos dan cuenta de sus prácticas religiosas. Plinio, en particular, dedicó un capítulo de la Historia Natural a «Los druidas de las provincias galas». Y en el capítulo siguiente, describe (y descarta) varias formas de magia, aunque no necesariamente de druidas. Entre ellas, «con agua» y «con bolas», que podrían ser los primeros relatos de adivinación.

A medida que el cristianismo seguía dominando Europa occidental durante la Edad Media, la adivinación se convirtió en una práctica divisiva. Algunos cristianos devotos la veían como un vehículo para la intervención divina, y afirmaban haber vislumbrado ángeles en sus miradas. En su libro de la Ciudad de Dios, del siglo V, San Agustín denunció el escrutinio, afirmando que todas esas prácticas místicas estaban «enredadas en los ritos engañosos de los demonios que se hacen pasar por ángeles». La práctica, sin embargo, pronto encontraría un improbable defensor en los eruditos y académicos del Renacimiento.

Junto con muchas ideas científicas importantes, estas traducciones dieron lugar a las obras de Picatrix (nombre que recibe tanto la traducción como el supuesto autor), que consideraba el misticismo como una rama de la ciencia. Al elevar la práctica de la adivinación a algo noble y racional, estas creencias ofrecían una alternativa bienvenida a la tristeza y la culpa del cristianismo, y la adivinación creció en popularidad y consideración entre la élite educada, estableciéndose pronto como un elemento científico -o al menos cuasi-científico- entre los florecientes académicos. Según el Museo de Historia de la Ciencia, que cuenta con una bola de cristal del siglo XVII en su colección: «La propia literatura de la magia recuerda una época en la que los conocimientos naturales y sobrenaturales compartían un lenguaje común. Los registros del siglo XVI de sesiones en las que se conjuraban espíritus solían llevar el título de ‘Libros de Experimentos'».

La bola de cristal continuó siendo estigmatizada por la Iglesia, pero siguió gozando de una relativa buena reputación en el mundo científico, y acabó llegando a la corte real inglesa. Su introducción se debió a John Dee, un alquimista y matemático con un profundo interés por lo místico. Dee fue un estrecho asesor de la reina Isabel I, y ella confió en su consejo para la programación de eventos importantes y asuntos de astrología, entre otras cosas. Junto con su compañero Edward Kelley (que al parecer era un médium mucho más exitoso, aunque algunos creen que estaba engañando a Dee todo el tiempo), Dee celebraba sesiones regulares de adivinación que implicaban que él y Kelley se miraran en un espejo de obsidiana con la esperanza de comunicarse con los ángeles para obtener sabiduría de otro mundo.